La soledad

La invención de la soledad. Qué título. Lo leí este fin de semana, luego de un cruce de mensajes con el amigo Jorge Curinao. Él mencionó a Paul Auster, salió este título en la charla y le dije que lo tenía: lo compré en una de esas librerías de usados que tienen los estantes en la calle, en algunas plazas de Buenos Aires. Fue hace un año, tiempo en el que por otra parte posteé “Soledades”.

En uno de los párrafos de aquel escrito recuerdo que dije que apuesto que, para la mayoría, nuestras soledades son en realidad soledades concurridas; que toda soledad es una soledad concurrida, porque siempre suele haber alguien en nuestra mente, en nuestro recuerdo, en algún momento de esa instancia. Además de parecerme precisa, esa definición que vino a mi mente en ese escrito es el título de uno de los libros de Miguel Auzoberría, La soledad concurrida, que compendia textos sobre cultura de Santa Cruz. Otro buen título.

LA FIGURA DEL PADRE. Paul Auster publicó La invención de la soledad en 1982, es su primera novela, y recuerdo que en esa tarde de enero de 2022 la compré en la librería de usados porque, hojeándola, vi que había sido publicada en el año en que nací.

Es un buen libro. Auster habla allí de la muerte de su padre y, en toda la primera mitad titulada Retrato de un hombre invisible, indaga en su vínculo con ese hombre que siempre se le escapó del entendimiento. Por qué tan pocas palabras, esa falta de afecto, ese carácter. Al autor le toca hacerse cargo de deshabitar la casa del padre muerto de muerte súbita, que vivía solo hacía muchos años; y tirando de la piola llega a conocer la infancia llena de dificultades que ese hombre había tenido. Por qué; por qué: por qué.

La otra mitad del escrito se llama Libro de la Memoria y, además de hablar de la propia soledad del autor, habla también de la escritura –que transcurre en soledad– y de su pequeño hijo Daniel, nacido poco antes de la muerte de su padre. Algo que no pude dejar de pensar mientras leía esa segunda parte del libro es que Daniel, el hijo de Paul, murió de manera desgraciada hace un año. Creía recordar la noticia cuando vi de qué trataba esa parte del libro, entonces googleé, y allí estaba.

PAPÁ. Leí La invención de la soledad apenas regresado de un viaje a Caleta Olivia en el que me reencontré, después de treinta años, con una prima y una sobrina por parte de mi papá Raúl. Las conocí en 1993, junto a la tía Julia, hermana del viejo, y papá murió pocos años después, en 1997. Hace una vida.

Fue luego de aquella vivencia de la semana pasada que me decidí a leer el libro de Auster, que es íntimo, personal. Aunque por otra parte fue Jorge quien justo me lo nombró. Tal vez sea casualidad.

Días atrás, en el posteo sobre el reencuentro con Mirtha y Pía, la familia paterna, escribí que “el viaje a Caleta con mamá, papá y Lucas fue las primeras vacaciones de nuestras vidas, y la única juntos, en 1993”. Recién cuando lo escribí me cayó la ficha de que fueron las únicas vacaciones de nuestras vidas juntos, hace exactos treinta años.

“Veo lo que pienso cuando leo lo que escribo”. Ella no se debe acordar, pero yo sí: desde que se la escuché decir en una charla de cualquier otra cosa hace ya unos cuantos años atrás –varios antes de que trabajáramos juntos, que ni sospechaba entonces– siempre recuerdo esas palabras de Gaby Mestelán sobre uno de los posibles sentidos y «operaciones» que se ponen en juego en la escritura: descubrir lo que pensás cuando leés lo que escribís.

No sabía exactamente qué iría a decir en estas palabras escritas. Sólo sabía que quería escribir y compartirlas después de terminar de leer La invención de la soledad. La soledad concurrida.

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