A muchas personas les gusta tener su libro firmado. Ese fue uno de los descubrimientos –entre varios– en la primera experiencia que es para mí publicar un libro de papel.
Otro día quisiera hablar de las Dedicatorias y los Agradecimientos, instancias que fueron muy significativas una vez que el libro estaba camino a materializarse. Quisiera compartir cosas que vienen dándome vueltas hace tiempo, pero todavía no me senté a poner los patos en fila. Para una de las dedicatorias, por caso, terminé tratando el tema en terapia puesto que abrí una puerta que hacía tiempo no abría.
Veo para dónde dispara el texto mientras escribo y me voy a atajar: voy a atajarme. Si es bastante personal, ¿por qué postearlo? No sólo abro el paraguas sino que además voy a citarme, odioso. Lo hago porque creo en la sensibilidad humana compartida: “El puñado de escritos personales que he decidido incluir persigue la misma intención, acaso la posibilidad de reconocernos cuando sabemos lo que les pasa a otros”.
El asunto de las dedicatorias trajo aparejada otra cosa: volver a escribir de puño y letra. Es algo que, o hemos dejado de hacer por el uso de los teclados, o bien hacemos solo para nosotros; tomar apuntes, por ejemplo. Para quienes escriben diarios personales les digo: aún allí lo importante es entenderse uno. En las dedicatorias es el destinatario quien tiene que entender la letra, de ser posible.
Cuando Los Puentes estaban camino a Gallegos fui a una librería escolar y pedí varias biromes. Fui probando el trazo, en letra negra. Probaba y descartaba, probaba y salvaba a un costado. «¿Para qué la necesitás?» Es para firmar libros, respondí. Todavía me pregunto por qué lo dije de esa manera.
Hay en todo esto algo que me gusta: en la mayoría de los casos no supe lo que escribiría hasta el momento en que afirmaba la birome sobre el papel.
El punto –recién llego al punto– es que fue una fotografía lo que me hizo volver a pensar en las dedicatorias. El colega Claudio Álvarez posteó una imagen del libro en el que se ve lo manuscrito. Por lo que se llega a leer, es el ejemplar que quise obsequiarle: él no me pidió el libro y menos la dedicatoria. Pero quise llevar uno para él. Otro ejemplar, sí, es el que acerqué al estudio de la radio para que termine en las manos de un/a oyente a modo de obsequio.
Mientras leía lo que se llega a leer de esa dedicatoria volví a pensar que, quizá, debería haber tomado una foto de cada dedicatoria escrita en estos meses. A modo de registro y de memoria. Para mí.
En las horas previas a la charla sobre el libro en su programa de radio dejé a medias el texto de un post. Ahí decía algo que terminé escribiéndole.
Hace unos diez años me invitó por primera vez a Habladurías, en LU12. Claudio dijo algo en esa entrevista respecto de la escritura, acerca de algunos textos que recién me estaba animando a compartir en redes en aquellos años. Esas palabras fueron un click. Fue uno de esos momentos en que alguien –un otro– se hace eco y te devuelve el sentido que buscabas darle a algunas cosas.
Por eso fue doble mi alegría por volver al aire de su radio, su programa, y hacerlo con un libro en la mano.
Digresión para cerrar: también hay quienes aún escriben a mano porque todavía escriben cartas. “Posdata. Supe que te vas. Te deseo siempre cosas buenas ahí donde es tu lugar”.
