En la casa nueva hay un espejo que tiene la virtud de decir algunas verdades.
Los espejos de Buenos Aires, en cambio, no me reflejaban, o lo hacían a su manera. Engañosos.
Al espejo que quedó allá, en la otra casa, era yo quien muchas veces le mentía, mintiéndome, como si fuera posible engañarlo.
Las mentiras tienen patas cortas dice el dicho. Las dichas frente al espejo son un búmeran que te pega en el entrecejo.
Más tarde, o más temprano.