Soledades

Había olvidado cómo es comer mi propia comida. Yo, que no soy un buen cocinero.

Había olvidado cómo es andar solo por la casa –que es linda, que quedó bonita– sabiendo y teniendo la certeza de que nadie vendrá a pasar la noche.

Había olvidado cómo es decir Buen día y que nadie responda. O mejor en adelante no decirlo, pero sí desearlo: que sea un buen día.

Los quince días solo en una habitación de hotel en enero no cuentan como antecedente, puesto que el contexto y las circunstancias eran muy diferentes, excepcionales. Y decisivas.

Hay una canción que siempre viene a mí, que tarareo, porque me encanta en su versión semi acústica. Pero auuuun, noooo séeee. Si le temo a la muerte, o a la soledad. O a la soleeeedad.

Yo sí sé. Más le temo a la muerte, a la enfermedad. La soledad es un asunto serio pero no necesariamente malo o negativo, pues se puede estar bien con uno mismo.

–Soy un buen amigo mío– me dijo una vez un hombre, cierto escritor de esta ciudad. –Me llevo bien conmigo cuando estoy solo– completó.

Recordaba la primera vez que viví solo. En los primeros días prendía el televisor apenas entraba de trabajar, al mediodía, con la imperiosa necesidad de sentirme acompañado. Lo mismo hacía cuando regresaba a cenar.

Hoy el silencio me resulta extraño. Hace mucho no sucedía la certeza de que nadie vendría; quizá por alguna razón mi compañera vendría mañana, o pasado mañana, o en unos días. Pero me desacostumbré a la certeza de que nadie vendría, nadie tuviera que venir, ni mañana, pasado mañana o en los días siguientes. Nadie vendrá.

Pasaron poco más de cuatro meses desde que mi vida se vio enormemente modificada en su rutina hasta por fin reacomodarse. Acá al lado, por ejemplo, tengo la impresora que compré a inicios de noviembre con la idea (la necesidad) de tener en mis manos aunque fuera las primeras versiones, con cierto orden, de una serie de escritos antes de que terminara diciembre. Está terminando marzo.

La primera noche de este regreso a la soledad, a la soledad literal me refiero, a la soledad objetiva, pudo haber sido hace unos días, pero cambiaron los planes a la hora de la cena.

Luego tuve que viajar, dormir fuera de casa, llegar tarde, acostarme, hasta por fin completar un día entero en este nuevo hogar. Pues así experimento entonces otra vez cómo es la certeza de que nadie vendrá.

De igual modo, más allá de la soledad literal, esta es una soledad concurrida, como casi todas las soledades, apuesto. Porque mientras pongo la mesa y apago la hornalla veo la imagen de mamá, que está sola a unas cuadras; pienso en mi ex compañera y cómo habrá sido su soledad (literal) que sucedió antes que la mía por cómo se dieron ciertas circunstancias, más allá de la decisión y de la voluntad como elementos fundamentales.

Pienso en… omitamos, Cómo fue tu soledad, yo acá estoy, se siente raro. No mal, raro, singular. Diálogo imaginario, que solo pienso.

Yo, que vivo haciéndome el piola cultivando la duda existencial que seguiré defendiendo, perdí la cuenta de las veces que miré al cielo y dije Gracias en estos meses tremendos y singulares.

Gracias barba, Ayudame, me escuché diciendo solo, en voz alta, tantas veces.

Solo, en voz alta, como el Buen día de esta mañana.

Aunque me fuercen yo nunca voy a decir / que todo tiempo por pasado fue mejor / Mañana es mejor. Cerremos con esta frase del Flaco.

——

No sabía con qué graficar una idea de soledad que no es triste. Lunita tomada hace unos años.

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