*Hoy ocurrió un apagón de WhatsApp, Instagram y Facebook en todo el mundo.
Qué raras son la vida y la gente sin redes sociales. ¿Qué será de los ciento setenta y cinco integrantes de los once grupos de WhatsApp en los que estoy incluido desde mediados de marzo del año pasado?
Se cayeron las redes y además estamos en pandemia: qué combinación. ¿Es idea mía o el viento típico de esta ciudad hoy se escuchó distinto?
Ya que no podía trabajar (soy community manager en un bazar), aproveché el día y salí a la calle. Antes de darme una vuelta por el barrio pasé a pagar una boleta que tengo vencida en el bolsillo de la campera hace un mes y medio.
–No hay sistema– fue toda la conversación con Mary.
Cuando llegué al barrio, después de caminar bastante, decidí empezar probando suerte en la casa de Luisito, del segundo piso A del edificio 4. La puerta de la planta baja estaba cerrada con llave, toqué el portero unas quince o veinte veces pero no hubo caso. Nadie respondió.
Pese a que hace años que no lo hacía, probé mi puntería tirándole una piedrita a la ventana de su dormitorio. La puntería no falló pero calculé mal la fuerza, o agarré una piedra demasiado grande. Igual, aun trizando el vidrio que se terminó cayendo con mi segunda pedrada, nadie salió a la ventana, lo que me hace pensar que Luis ya no vive más ahí.
Al pasar por el edificio 3, yendo en realidad al edificio 7 a buscar a Dulan, me crucé a Bety, que primero me miró como si tuviera en frente a un espectro. Pero después creo que me saludo: “¿Qué hacés acá?”
–Hola, Bety, ¿me prestaría un minuto el teléfono?
– …
–¿Necesita que vaya a comprarle algo al almacén de Mingo?
–Tenés un minuto para usar el teléfono.
Tomé las palabras de mi antigua vecina como un cambio de suerte y decidí llamar a Laura. Cuatro-veinticinco-siete-noventayocho. ¡Llama!
–Hola… Hola…
–Hola, buenas tardes, quisiera hablar con Laura.
–Sí… ¿De parte de quién?
–De…de parte de un compañero.
–¿Compañero de trabajo?
–No… un compañero de la secundaria. Matu, dígale, de segundo C. Se va a acordar.
Bety me tuvo paciencia y me dejó esperar esos dos minutos que se me hicieron eternos.
–Mirá flaco, Laura dice que se acuerda de vos, pero que te acuerdes de que nunca respondió tus llamados y que por favor no vuelvas a llamar.
Por respeto a Bety, simplemente corté y no le quise decir lo que pensé de Laura. “¿Necesita algún mandado en el almacén de Mingo, vecina?”.
–El almacén de Mingo cerró hace quince años, nene–. Tal vez no se lo merecía, pero a Bety sí la mandé a la mierda y me fui sin saludarla.
Pasaba por el parque que está justo en el centro de los ocho edificios y vi luces encendidas en la casa de Facu, del cuarto C del monoblock 6.
–¡Facuuuuu! ¡Faaaaacuuuuuu!– grité haciéndome tubito con las dos manos.
–¿¡Qué hacés acá!?– me dijo Nelly, la mamá de quien era mi mejor amigo en el barrio. La vi muy desmejorada.
–Lo busco a Facu.
–Te lo vas a encontrar justo abajo porque vino a buscar a Lucas, mi nieto más chico. No sé si es bueno que lo veas– me sugirió la mamá de mi mejor amigo.
Primero apareció Lucas corriendo y quince segundos después salió Facu. Sorprendido, como si estuviera frente a un espectro, me puse rápido el barbijo y me salió decirle: “¿Abrazo, beso o puñito?”
La trompada en el pecho no me la esperaba. Aunque la primera me dio de lleno, llegué a esquivar bastante bien la segunda. Quedé un poco mareado y me faltaba el aire. ¿Son los puñitos acumulados de todo este tiempo que pasó? Se ve que la frase la dije en voz alta porque Facu me respondió.
–Imbécil–. Fue la única palabra de quien fue mi mejor amigo, que tenía la voz bastante cambiada.
Cuando logré recuperarme sentí que me dolía un poco el pecho, así que desistí de pasar por lo de Dulan, en el edificio 7. Las bolitas en el patiecito de la planta baja quedarán para otro día.
En el regreso a casa tuve bastante tiempo de pensar: las cuarenta y dos cuadras que me separan del barrio de mi infancia me dieron tiempo suficiente para sacar algunas conclusiones.
Los puteé bastante a todos, más a Laura. Y pensaba: qué rara que es la vida y que es la gente sin redes sociales.

Un comentario sobre “Un día sin redes”