Noche de perros y patrulleros

Es medianoche y camino solo las quince cuadras que separan mi casa de la de mi vieja. Bajo desde Santa Fe hasta Moyano, una cuadra antes de llegar a la ría.

Anoche me acobardé. Venía pedaleando el mismo recorrido, a mis anchas por el lugar de la calle que yo quería, cuando escuché un silbido fuerte y llegué a ver una silueta a unos ochenta metros, sobre la vereda. Un poco más allá se veían las luces de un patrullero. Seguí pedaleando y, cuando habría recorrido unos cien metros, sentí el silbido otra vez. Giré a medias la cabeza y vi el brazo del hombre levantado. Decidí seguir pedaleando, yo bajaba por Sarmiento con viento en contra, un viento frío que venía del río. Les dije que me acobardé.

Cuando llegué a lo de mamá pensé unos minutos en mi actitud. Aunque no me enorgullezca ni me justifique del todo, son días de una mezcla de angustia profunda y temor. Más temor a contagiar que a contagiarme. No hace falta entrar en detalles autorreferenciales, pero venimos del trauma y la tragedia de la pérdida irreparable que genera esta pandemia. Una experiencia de pesadilla –¿esto nos está pasando?– que en esta ciudad se multiplica y se dispara mucho (muchísimo) más allá de lo pensable.

Esta noche me di el gusto de respirar libre y tranquilo, con el tapabocas relajado. Apagué la música de los auriculares cuando llegué a la altura de Zapiola. Venía bastante entretenido, aunque no satisfecho. Decidí apagar la música cuando escuché un momento ese silencio entre mis pasos en pleno centro: la primera vez que los sentí, una tarde alrededor de las seis, cuando este aislamiento obligado recién empezaba, recuerdo que me impactó fuerte ese silencio y ese breve retumbar de los pasos. Ese día de semana, además, crujían los colchones de hojas del otoño debajo de los pies.

Iba llegando a Kirchner (a la Roca) cuando pasó una camioneta de policía con las balizas encendidas, que por suerte siguió de largo (aunque tengas razones más que justificadas, no tengo a mano un papel oficial que me legitime). Una cuadra más abajo un perro que saludé quiso hacerse amigo aunque se quedó, y segundos después pasó un segundo patrullero, en este caso un auto –de los nuevos, con varios ocupantes– también con sus balizas encendidas.

Iba por fin llegando a destino cuando miré la hora en el celular: eran poco más de las doce y veinte. Me llamaron la atención las notificaciones y tendí a abrir Facebook: “Siete muertos en un día. #Haganalgo hdp”, leía en un posteo reciente del colega Beto Barría, cuando bajó a mayor velocidad un tercer patrullero con las balizas encendidas que dobló hacia la derecha de manera abrupta por un pasaje. Qué necesidad, pensé. Yo había doblado hacia la izquierda.

Leo que en Caleta Olivia hubo esta noche una caravana masiva en apoyo al médico Juan Acuña Kunz, que se animó a aplicar el ibuprofeno inhalado en personas enfermas de Covid. Veo en Nuevo Día que un funcionario del Ministerio de Salud lo trató esta tarde de “miserable” en una conferencia de prensa (es la segunda rueda de prensa en siete meses de pandemia). Veo en las redes los videos del bocinazo en Caleta.

“Para las autoridades del Ministerio de Salud la situación de la provincia ‘es la esperada’”, edita la web de El Mediador, que además dice: “Diputados: no se aprobó ninguno de los pedidos de la oposición sobre la pandemia” y agrega: “Con el voto negativo de casi todos los diputados oficialistas, pasaron al archivo los pedidos por insumos para camilleros y pago de guardias, apertura de paritaria, mejorar atención del 107 y seguimiento de pacientes; situación actual del Hogar Zumalacárregui”.

Por primera vez desde 2016, esta tarde me costó un enorme esfuerzo mental y emocional bancarme las argumentaciones y descripciones de otro planeta –como si vivieran en otro lugar y como si hablaran de otro hospital– de los diputados Matías Mazú y Rocío García, voceros del gobierno en la sesión virtual de la Legislatura.

Cuando entré a lo de mamá, ella hacía una videollamada con Lucas. Prendí la compu, leí estas noticias. Volví a salir a tomar un par de fotos de esta noche calma, pensando en las sensaciones acumuladas en el camino.

Ayudé a mamá a tender su cama. Escribo estas líneas.

Sarmiento, una cuadra antes de llegar a la ría.

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