HOY SE CUMPLEN 100 AÑOS DE LA MASACRE EN LA FEDERACIÓN OBRERA DE MAGALLANES, llevada a cabo por las fuerzas represivas del Estado chileno en conjunto con sectores civiles de la denominada ‘guardia blanca’, quienes contaron con el silencio cómplice de actores como la Iglesia Católica y los Salesianos.
Ocurrió en Punta Arenas, en la madrugada del 27 de julio de 1920: el asalto armado seguido del incendio de la sede de la federación de trabajadores –donde además se imprimía su periódico y funcionaba su biblioteca– se cobró la vida de decenas de obreros muertos a bala y sable, algunos de ellos incluso murieron calcinados. Como pasaría en Santa Cruz ese mismo año y sobre todo al año siguiente, en 1921, donde se aplicó la pena de muerte a cientos de trabajadores rurales que reclamaban por las condiciones más elementales de una vida digna. Se los fusiló en el campo y se los enterró en fosas colectivas, o se los prendió fuego.
A un lado y otro de la frontera se repiten ciertos actores muy poderosos, en una frontera que no era tal en la vida diaria y en los vínculos familiares y laborales que nos unían desde entonces. Entre ellos, la participación necesaria de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, más conocida como La Anónima.
La historia nos interpela por los nombres y tira por los vínculos de hijos y nietos a quienes les fue contada la vivencia de su padre, su madre, sus tíos y abuelos. Víctimas, sobrevivientes o testigos.
A cien años, la historia pesa por lo injusta.

