
Si pudiera me voy a vivir a otro lugar. Si pudiera me iría a la mierda. Esas ideas, tantas veces escuchadas en los últimos años, son las que dispararon la primera parte de esta nota de EL ROMPEHIELOS, publicada el domingo pasado.
¿Se convirtió la capital de Santa Cruz en una ciudad de éxodo? ¿Por qué ese malestar horrible –esa mezcla de enojo, rabia y algo de resignación– se nos hizo carne de manera tan extendida a quienes vivimos acá? Sin pretender respuestas absolutas, salimos en busca de miradas y testimonios que nos aproximen a eso que llamamos realidad.
En pos de esa exploración y como contrapartida a la idea original, llegué a la reconfirmación de un fenómeno que sigue aconteciendo a pesar de todo: “Es escasa la gente que es migrante internacional que quiera irse”. “La Patagonia tiene mucha movilidad humana”, responde la entrevistada. “Igualmente, es indudable que es menos la gente que se va, que la que llega”, me advierte otro testimonio.
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Un hombre venezolano, carpintero, camina más de cien kilómetros hasta llegar a otro destino que no sea su país. Llega a Brasil. Tiempo después emprende otro viaje menos forzado al extremo sur del continente.
Una mujer, ahora junto a los suyos en un mismo hogar luego de más de un lustro de desarraigo, todos oriundos de República Dominicana, por fin ha logrado un salario y un trabajo estable aunque para la mirada de otros –muchos de nosotros– “seguro sigue siendo prostituta”.
Una persona que ahora, ya adulta, sabe que sus padres no son jujeños sino bolivianos que negaron su identidad para no ser discriminados cuarenta años atrás en Río Turbio.
Todos tuvieron un destino común.
“SOMOS MIGRANTES”
Rosa Díaz –en adelante Rosita, como todos la nombran– pertenece al equipo diocesano de la Pastoral Migratoria, de la iglesia Católica de Río Gallegos. La Pastoral nació hace casi dos décadas y está conformada por un equipo de unas diez personas: Rosita habla de “duelo migratorio”, de “procesos de integración”, del “duelo del desarraigo y la expectativa de una vida mejor”.
Es ella quien dijo, sobre el final de la primera entrega de esta nota la semana pasada: “Irse se va el que puede, no el que quiere”.
Es docente de profesión –ya jubilada– y dedica gran parte de su tiempo al trabajo con las comunidades migrantes. Nació en Entre Ríos y va camino a sus cuatro décadas de residencia en Santa Cruz. Abrimos la charla con la preocupación inicial que originó estas entrevistas: la ciudad expulsiva y los muchos que piensan en otro lugar donde vivir.
“La gente que se va a otras provincias extraña un montón porque los vínculos que uno crea en este lugar, en la Patagonia sobre todo, son vínculos muy fuertes. Porque cuando uno está solo sus amigos pasan a ser parte de la familia, parte de la contención que uno tiene. Los amigos pasan a ser los tíos de nuestros hijos”, relata en conversación con EL ROMPEHIELOS. “Una de las cosas que siempre digo, como patagónica digo esto, es que nos cuesta calificarnos: nosotros somos migrantes, en realidad la mayoría somos migrantes… Este tema de adjetivarnos… No nos permite reconocernos migrantes y, al no hacerlo, a veces no podemos comprender al que migra hacia acá”.
“Pensando en estos últimos años, en las crisis que hubo acá en 2016, 2017 y 2018, hay quienes se fueron no tanto por el tema económico sino porque los chicos no tenían clases, o bien se fueron porque pudieron tener otras oportunidades de trabajo en otros lugares. Fueron como arrojados a irse por ese tipo de situaciones. Para poder irse, a su vez, se tienen que dar toda una serie de condiciones”.
Antes de seguir adelante, viene a mi memoria uno de los testimonios compartidos en la primera entrega de este artículo. El de esa joven mujer que, junto a sus hijos en edad escolar, eligió seguir su camino en otra provincia:
–Las clases no empezaron nunca… aun cuando ese año (2017) empezaron en agosto, fueron espasmos que sólo hicieron daño en el trayecto escolar de mis hijos que por yo no tener tiempo, casi no podía reforzar. Íbamos temprano al jardín, con la preparación previa que requiere eso y la ilusión de ellos y volvía con mis hijos llorando, sin entender por qué otra vez no había clases… y yo preguntándome por qué ni siquiera habían avisado.
En los mismos días en que hablé con Rosita, también conversé con un referente del gremio que nuclea a los trabajadores docentes de la provincia (Adosac): “te puedo decir que es una tendencia, no en grandes cantidades, pero se han ido docentes de la provincia. Por la situación de los paros, la falta de pago en su momento, por la situación del sistema salud, de la obra social. Por la misma falta de clases de los hijos de los docentes. Ante ese panorama, hay quienes prefieren estar más cerca de sus familiares”. “Igual, siempre hay docentes consultando para venir a vivir a Santa Cruz”, observa también.
La cuestión escolar se convirtió en un punto central de la crisis de estos años.
LOS NUEVOS ROSTROS
ER: ¿Cuáles son los sectores que más padecieron la crisis, desde tu experiencia en el trabajo con las comunidades migrantes?
Rosita Díaz: A esta profunda crisis de escolaridad se le suma una profunda crisis económica, por ejemplo, en el sector de la construcción, que lleva a no tener trabajo y entonces comienza el fenómeno de la desocupación. Entonces hay quienes migran a su lugar de origen o migran a otras oportunidades laborales mejores. Tenemos muchas familias bolivianas que por ahí se volverían. Pero eso significa devengar mucho dinero cuando tenés una familia integrada por cinco o seis personas, eso significa mucho dinero para volverse a Bolivia. La mayoría de la comunidad boliviana trabaja en el sector de la construcción y sus derivados. Las mujeres trabajan en el servicio doméstico, cuidando niños, cuidando ancianos. Algunas pocas mujeres han podido ingresar a algunas cooperativas en el servicio de limpieza en las escuelas.
ER: ¿Y cómo intervienen ustedes ante estas situaciones de personas que se quedan sin sustento y lejos de sus lugares de origen?
RD: Primero, el sostén de acompañamiento de esas familias, eso es fundamental y ese acompañamiento lleva a que podamos observar las urgencias y las necesidades; que los niños estén escolarizados, que todos los días tengan un plato de comida en su mesa y de esa manera cuando observamos que hay ausencia de eso, nosotros trabajamos con acción social de la municipalidad, con Cáritas, en la asistencia de los alimentos.
ER: Eso es lo urgente…
RD: Eso es lo inmediato, lo urgente. Nosotros priorizamos y acompañamos mucho a la familias que tienen niños porque en la niñez está el reservorio de nuestro futuro. Porque uno puede no comer un día, pero un niño tiene que comer todos os días, las cuatro comidas al día.
ER: En los últimos años los he escuchado referirse a los “rostros nuevos de la migración”…
RD: Cuando tenemos esta percepción de que “nos están invadiendo”, popularmente esto uno lo escucha, hay que decir que esto responde más a un mito que a otra cosa. Nosotros decimos que tiene que ver con el cambio de rostro de las migraciones. La migración histórica es la chilena, una migración naturalizada; luego, hace ya más de diez años vino a irrumpir esa migración que estaba como estable, que es la migración boliviana; con otro rostro, con otra fisonomía, con otra forma de expresar su fe y su cultura, con el aguayo y la mujer que lleva al niño en la espalda, otra forma de baile folclórico. La comunidad boliviana ha sido una de las comunidades más resistidas. Podemos decir que aquella discriminación que sufrió el chileno se desfasó a la última inmigración que llegó.
A propósito de los nuevos rostros con los que convivimos en la ciudad, a este cronista le vino el recuerdo de la cobertura para EL ROMPEHIELOS de la asunción del obispo de Río Gallegos, Jorge García Cuerva, en marzo pasado. “Sí, estaban las comunidades de Bolivia, Chile, Dominicana y Venezuela. Esas son las comunidades que se acercaron a saludar al obispo. Para ellos fue importante que fueran invitados a una actividad así”, ayuda a precisar Rosita. Más acá en el tiempo: el domingo 1 de septiembre, el obispo ofreció una misa en la catedral, en el marco del Día del Migrante y el Refugiado, en la que participaron las comunidades migrantes de Chile, Bolivia, Paraguay, República Dominicana, México y Venezuela; y de varias provincias de distintos puntos del país: San Juan, Tucumán, La Rioja, Santa Fe y los Centros de Residentes salteños y santiagueños.
EMBARRADOS EN EL MISMO LODO
La entrevista con el titular de la Dirección Nacional de Migraciones en la provincia, Horacio Padín, fue útil para reafirmar y ayudar a completar el panorama detallado por la referente de la Pastoral Migratoria. “Trabajamos mucho con la gente de la Pastoral, sobre todo con la gente de escasos recursos”, detalla el funcionario. “Es cierto lo que te dijo Rosita, no se va el que quiere, se va el que puede. Igualmente, es indudable que es menos la gente que se va, que la que llega. Porque más allá de cualquier circunstancia, lo hacen por una cuestión de necesidad, necesidad laboral y económica. Y en Argentina pese a todo tienen posibilidades realmente”.
Luego de abordar los temas referentes a su área, lo que sucedió con el entrevistado fue más sintomático que curioso. Le comenté el motivo inicial de la búsqueda, que comenzó con la preocupación y el malestar que tenemos con nuestra propia ciudad, y la idea de la ciudad hostil y expulsiva…
–Creo que hay gente que se va, gente que se quiere ir. Y lo lamentable es que hay muchos que se quieren ir que son chicos nacidos acá en Gallegos, que han desarrollado su vida acá y que hoy manifiestan el deseo de irse a buscar otros horizontes, a un lugar más vivible. Nosotros los que somos de acá, nacidos y criados, tenemos cierta nostalgia del Gallegos de antes. Yo creo que hemos involucionado realmente. Nos han hecho mucho mal los gobiernos que hemos tenido. Creo que hay una involución muy grande en Santa cruz y se nota mucho más en Río Gallegos.
Le pregunto entonces qué responsabilidad nos cabe a quienes, sin pertenecer a la clase dirigente, sin embargo también vivimos a diario la ciudad. “Nosotros tenemos una cuota bastante grande de culpa: Gallegos es una ciudad sucia, vos lo ves todos los días y nosotros tenemos también una parte de culpa de todo eso; en no tirar los residuos donde corresponde, en sacarlos fuera de horario, tenemos una ciudad invadida por perros callejeros que rompen las bolsas de residuos, que muerden gente, que ocasionan caos en distintos barrios. Está todo complicado y es como que no hacemos nada, estamos demasiado pasivos. Tenemos que empezar a mejorar entre todos el lugar donde vivimos”.
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Mi generación, los que ahora somos todavía menores de cuarenta, tenía el chilote de mierda en la punta de la lengua: en nuestro barrio chiloteábamos todo el tiempo, durante la niñez y más en la adolescencia. En los festejos por la Copa América del ’91, que se jugó en Chile y que ganó la selección argentina, la columna de hinchas terminó frente al Centro Chileno de Río Gallegos, con cánticos insultantes y sobradores. Había quienes querían empezar a romper los vidrios, todavía lo recuerdo. También tengo el recuerdo, un par de años después, de caminar en verano por el centro. Venía de frente un auto con patente chilena, éramos muy futboleros en esa época, y cuando pasamos frente al auto en un semáforo comenzamos a enrostrarles nuestras camisetas. A mí el chilote se me fue cuando el delantero chileno Marcelo Salas fue ídolo en River, que coincidió con el descubrimiento de algunas bandas de rock chilenas que escuché mucho en esos años. Ahí dejé de usarlo como un insulto. Eso fue en los ’90. Más acá, ya en los dos mil, diría más cerca del 2010, empecé a escuchar entre mis alumnos que algunos de ellos cuando se insultaban se decían boliviano, paraguayo, bolita de mierda. Esos chicos tenían la misma edad que yo cuando chiloteaba.
LA INVASIÓN DE LOS EXTRANJEROS ES UN MITO
“La venezolana es una migración favorecida en relación a los bolivianos, que son muy discriminados”. Rosita Díaz cuenta que, para la primera mitad del año, ya había en la capital de Santa Cruz cuarenta venezolanos. “Tenemos un crisol de razas que se está empezando a radicar en Santa Cruz”, grafica Horacio Padín y hace un rápido racconto: “bolivianos, paraguayos, dominicanos, colombianos, senegaleses, mexicanos que antes no había, venezolanos”. La de los venezolanos, se sabe, es una migración forzada.
El equipo de la Pastoral Migratoria de la iglesia ha realizado una serie de trabajos de análisis utilizando la información oficial de la que se dispone, a la que le suman su experiencia y trabajo de campo. “Los migrantes internacionales disminuyeron en la provincia de Santa Cruz y Tierra del Fuego. Como podremos observar en los gráficos, las migraciones han variado en cuanto a los orígenes de los migrantes. La migración histórica de Santa Cruz y Tierra del Fuego fueron las migraciones chilenas. Estas han disminuido y se ha incrementado las migraciones provenientes de Bolivia, por lo que a veces en el colectivo social se cree que las migraciones se han incrementado, pero es solo una percepción”.
¿Cómo está compuesta esa población migrante?, interroga el informe al que accedió EL ROMPEHIELOS. Lo que sigue está editado en función de la síntesis periodística, pero respeta la información que contiene dicho trabajo:
La población migrante internacional se encuentra distribuida de la siguiente manera, por nacionalidades, de acuerdo al Censo del 2010: Chile con un 73%, Bolivia con un 19%, Paraguay 6% y dominicanas, peruanos, colombianos y mexicanos en menor medida.
Desde el Censo del 2001, los porcentajes de masculinidad se han revertido, con un 53% de mujeres de 47% de varones. Mujeres solas que cuando migran dejan a cuidado de sus hijos a otra mujer de confianza en su lugar de origen (abuela, hermanas o madrinas) y luego cuando logra estabilidad económica y laboral y logra alquilar un espacio para la familia trae a sus hijos consigo.
Las demandas más frecuentes son: acceso a una residencia regular (documentación), acceso a la tierra y una vivienda digna (las migraciones recientes se han asentado en su gran mayoría en asentamientos) productos de un alto costo en los alquileres y a trabajos inestables, que no permite hacer frente a un alquiler y sostenerlo en el tiempo. A los migrantes extra Mercosur se les dificulta el acceso a regularizar su radicación.

LA HISTORIA TIENE FINAL ABIERTO
El Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas se realiza cada diez años, de modo que en 2020 –y en los meses posteriores a partir de su realización– conoceremos el nuevo mapa migratorio en las distintas regiones del país.
Un rasgo interesantísimo que se desprende del último censo, de 2010: casi la mitad de las personas que viven en Santa Cruz nacieron en otra provincia (el 43,5 por ciento). En el caso de Tierra del Fuego, seis de cada diez residentes nacieron en otro lugar.
–Yo soy nacido acá en Río Gallegos y eso no me da ningún derecho más que el de cualquier otra persona. Ese famoso tema de los NyCs, que se creen que por ser nacidos y criados acá tienen más derechos que las demás personas… ¿por qué? Somos hermanos y quizás vos fuiste criado y nacido acá, ¿pero tu papá? ¿Te hubiese gustado que lo traten a tu papá que vino de afuera como si fuese de segunda? Y si no fue tu papa, fue tu abuelo…
Quería agradecerles especialmente a muchos hermanos migrantes porque nos contagian a los argentinos a cultura del esfuerzo y el trabajo. Y ustedes saben: la Argentina no anda bien, y uno de los motivos por los que la Argentina no anda bien es porque nos gusta vivir de arriba, que el Estado nos dé todo, y eso no está bueno, hemos descreído y hemos perdido la cultura de trabajo, que nos hizo tan bien en los principios y en los orígenes como país.
Esto dijo el obispo de Santa Cruz y Tierra del Fuego, Jorge García Cuerva, durante la misa que se celebró en la catedral de Río Gallegos el domingo 1 de septiembre pasado, en conmemoración del Día del Migrante y el Refugiado.
Y aunque el autor de esta crónica no exprese la fe católica –y va este cierre a modo más personal–, me interesa la cita porque pone en juego algunas de las tensiones con las que vivimos en ciudades como Río Gallegos: comunidades con un presente y una historia de fortísima migración.
Tensiones que, por otra parte, los tiempos de crisis suelen aumentar.
