Lo ves en la basura, lo ves en la falta de verde, en la falta de jardines. La falta de pertenencia a tu lugar, de amar a tu lugar… Ay, me estoy metiendo en camisa de once varas…
Voy a ser un NyC tristemente primario. ¿Cuántas personas piensan vivir toda la vida en Santa Cruz? Muy pocas. Yo entiendo un montón de cosas y entiendo el desarraigo, pero amá tu lugar. Hay un síndrome que se llama el síndrome de la valija en el pie de la cama, que eso lo vivíamos en Río Turbio y lo criticábamos. Era el individuo que, vamos a empezar por el final, volvía en marzo sin un peso, lleno de deudas. ¡4×4! Infra alimentados, infra educados. Dejaba la valija a medio armar a los pies de la cama. Dormía con los pies recogidos porque estaba la valija ahí. En julio se iba de vuelta. El Estado le daba la casa, se caía el cerco, que se caiga. Los chicos…había un problemita de salud. Y bué. Cambiaba la 4×4. Y se iba al norte de vuelta. Que no suene despectivo esto, eh, y me hago cargo. Se iba al norte de vuelta, les mostraba a todos que tenía una 4×4. Grande…Juáaa… Mirá qué grade la camioneta. Jaaaa. Ya está. ¿Y la vida? Te pasaste una vida… O sea, sé agradecido con tu lugar. Sé agradecido con tu lugar y cuidalo a tu lugar. Yo no puedo concebir que la sociedad no haya entendido que si te agachás el lomo, una vez en tu vida hacés un agujero con una pala, que te lleva quince minutos, ponés una estaca y los primeros tres años le echás agua, sale un árbol. Y vos no lo vas a disfrutar al árbol, te vas a morir antes, el que lo va disfrutar es tu nieto. No puede ser que no haya árboles. A mí me criticaban que en la ría, cuando nos fuimos a vivir ahí abajo: No, está al lado del mar. Mario B.… ¡Mario B. tiene las cerezas más australes del mundo! El cerezal de Mario B., a metros del agua salada, tiene unas cerezas que parecen uvas. ¿Qué hizo el tipo? Metió árboles, pala. Tengo un vecino que tiene un cerezal en la vereda. Tengo otro vecino que tiene una araucaria en la vereda al lado del mar. ¡Debe ser la araucaria más austral del mundo! Tiene ya como… el viejito B. la plantó. No sé si vive, estaba en Calafate, estaba un poquito mal. Bueno… el tema es, amá tu lugar. Amá tu lugar. No hay otra vida, no jorobemos, no hay otra.

EL TESTIMONIO es un relato oral de una entrevista de mediados de 2015. El autor es un estimado locutor que invitamos al programa de radio que hicimos hasta fines de ese año. El tema, ya entonces, era el estado de abandono en que se encontraba la ciudad. Aquella charla me vino a la mente a partir de lo que sucedió con el texto que escribí hace diez días en mi cuenta de Facebook, donde solía compartir algunos escritos hasta la creación de este espacio en los últimos días.
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GALLEGOS CIUDAD HOSTIL. Es la primera vez en mis casi 37 años que fantaseo con vivir en otro lugar luego de una breve experiencia: atravesar una parte de la ciudad a pie durante cincuenta minutos.
A diferencia de tantos, nunca me vi viviendo en otro lugar que no fuera mi ciudad, el lugar donde nací.
Sabemos que Río Gallegos es en estos tiempos una ciudad de éxodo. Y no sólo la capital de la provincia lo es: hoy por ejemplo conversaba con una mujer de Pico Truncado, zona norte, ciudad petrolera, que me decía de sus ganas de irse de la provincia a sus casi 65 años de edad. ‘Si no estuviera en esta silla de ruedas me iría’, dijo. Su asunto, como el de tantos, es la crisis profunda del sistema educativo, un sistema cada vez más expulsivo por una serie de circunstancias que son no para este párrafo ni para los que vienen, sino para un ensayo o un congreso de psicólogos, sociólogos y algunas especialidades más en un congreso de varias jornadas y refrigerios.
La ciudad está espantosa. Hostil. Y no es que me di cuenta en esta caminata de cincuenta minutos viniendo desde el barrio Gaucho Rivero hasta el medio del centro; el casco antiguo, podríamos llamar.
No. Siempre camino, me gusta hacerlo. Conozco la ciudad a pie, que no es lo mismo que transitarla en vehículo, y menos es lo mismo que transitarla en vehículo polarizado, o a un metro del suelo en 4×4.
Pero en esta caminata luego de varias semanas de no hacerlo…¡Plaf! Me cayó todo el peso de la ciudad encima. Tal vez sea muy subjetivo. Qué no lo es. Aunque apuesto a que es un sentimiento compartido por muchos.
En cuestión de minutos…¡Plafff! Todo el peso de la mierda encima.
No me acusen de cipayo si les digo que el contraste, y esa distancia temporal de no haber caminado la ciudad durante algunas semanas, se la debo a que viajé unos días.
‘Te fuiste a veranear y venís y empezás a criticar. ¡Típica!’, podrían decirme. Pero no. No soy así, y por otra parte no estuve en ninguna gran capital del mundo ni cosa parecida. Estuve acá nomás, en pueblos casi vecinos que están a unas pocas horas en auto, del lado argentino y del lado chileno.
Y no hay ninguna otra ciudad tan derruida, carcomida y cagada a palos como Río Gallegos, a excepción quizá de Río Turbio (me refiero al trayecto transitado).
Pero ojo. Pienso un segundo. Hago una pausa…
El asunto no es paisajístico. En absoluto. El asunto es que somos nosotros quienes convertimos nuestra ciudad en un lugar verdaderamente hostil. Somos nosotros personas, nosotros vecinos de la cuadra, miembros del consorcio, funcionarios públicos, venidos y criados, simpatizantes o activistas de partidos políticos, trabajadores afiliados o no afiliados a los sindicatos, los que hicimos mierda nuestra ciudad.
No todos tenemos el mismo grado de responsabilidad, por supuesto. Miles de nosotros no nos robamos las partidas para obras públicas ni estamos presos por ello, y no somos siquiera allegados a esos grises funcionarios ejecutivos que juegan a la politiquería como si la cosa pública fuera una timba.
No. Pero ellos también somos nosotros, en algún sentido.
Nuestra cabeza, idiosincrasia y práctica, nuestras acciones, omisiones y expectativas, nuestra ‘cultura’ en un sentido amplio, nos trajo hasta acá.
Somos nosotros.
Mientras se me abarrotaban los pensamientos en el final de la caminata recordé un comentario radial que escuché ayer en una AM de la ciudad. Es un periodista de mucho oficio, un ‘NyC’, je, que comentaba que sintió su orgullo herido cuando compartió una comida con un hombre que por razones de trabajo había estado un tiempo en la ciudad.
‘Parece una ciudad bombardeada’, le espetó en la cara.
Más allá de la exageración, o no, del comentario, este buen periodista lo viene diciendo con recurrencia, lo he escuchado. Casi como si la exposición del vivo del aire lo empujara a plantear una y otra vez su obsesión: la ciudad está espantosa, se nos hace cada vez más difícil vivir acá.
‘A vos te está enfermando esta ciudad’, escuché hace poco más de una vez.
Hicimos de nuestra ciudad un lugar espantoso. La hicimos mierda.
No hay otro remate, al menos hoy.
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ESTE ES EL TEXTO EN CUESTIÓN. Me llamó la atención la repercusión: la cantidad de personas que lo compartieron, que lo comentaron y que lo siguieron haciendo con el paso de los días. ¿Qué fibra sensible toca?, me pregunté. Lo escribí de un tirón y desde la rabia, está claro. Pensé en un momento que exageraba. Luego vi que el sentimiento era largamente compartido.
Esto me llevó a pensar en otras cosas. No alcanza con expresar la rabia. Hay que hacer algo al respecto: algo desde el campo de las ideas (supongamos, un texto que mire hacia adelante frente a cómo abordar el problema). Y luego algo desde el campo de la praxis: hacer algo concreto, desde distintos ámbitos y cada cual desde su lugar deberíamos hacer cosas concretas.
El testimonio con el que arranca este posteo no necesariamente lo comparto. Es, en todo caso, una arista de discusión, una especie de punto de conflicto. Me pareció interesante compartirlo, mientras sigo tirando de ese ovillo: el malestar que nos genera la ciudad donde vivimos.
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–Una marca de identidad del riogalleguense medio es que siempre se quiere ir de Río Gallegos (Igual nunca se va)– escribió un colega amigo, Esteban, y podríamos contraponerlo al argumento inicial.
Dicho como ironía es chistoso, para reírnos de nosotros mismos (que está bien), pero es para analizar 1. de dónde viene esta idea del ‘me quiero ir a la mierda’ 2. el éxodo es real, no es joda, en este tiempo, le respondí pensando que bromeaba.
–Yo hablo bien en serio. Pero desde que conozco Río Gallegos, la mayoría de la gente se quiere ir. Es una marca de identidad (…) un lugar donde hasta el que llegó de otro punto del país y siente el desarraigo y el que nació ahí quiere irse, se dificulta construir algo colectivamente.